sábado, 27 de marzo de 2021

Andrea Díaz Reboredo: una entrevista en Silencio

Actriz, escenógrafa, directora de escena, artista plástica... Andrea Díaz Reboredo es una creadora integral; excepcional. Desde 2018 viene deleitando con su espectáculo M.A.R, donde lleva el juego objetual al límite descubriendo pequeños universos secretos a partir del espacio vacío. El boca a boca hizo que se convirtiera en una revelación, tras un rosario de éxitos y premios en festivales. Andrea encontró la llave y ahora presenta su nuevo trabajo, Silencio, coproducido en residencia por el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque y el Festival Temporada Alta de Girona. 

En la obra confluyen dos poéticas: la manipulación de objetos y la lengua de signos, que se vierten en una mesa-límite planosecuencial. La acompaña en el cenáculo Miriam Garlo, intérprete sorda de gran potencia expresiva, en un alegato reivindicativo sobre la necesidad de acercar y entenderse ambos mundos (el que oye; el que no) Hermanas de gesto, transitan el pulso pausado de la contemplación, a la que nos llaman.

Andrea mira serena y habla dulce. Se deshace la trenza, extiende las manos, y lanza preguntas al aire: ¿Cómo es tu silencio?, ¿cuántas veces miras por la ventana al día?, ¿se puede pensar en el futuro viviendo en un lugar donde no se ve el horizonte...? Y el eco le devuelve otras...


     ¿De dónde partes para crear Silencio, cuál fue la génesis de esta pieza?

El origen de una obra es siempre un cúmulo de varias circunstancias. Silencio surgió a raíz de una función de nuestra obra M.A.R en el Espacio Abierto de Madrid, en la cual contamos con una intérprete de lengua de signos. Durante la obra ocurrieron algunos encuentros inesperados entre las manos de la intérprete y las mías. La imagen de nuestras cuatro manos comunicando(se) en dos lenguas diferentes -los signos y los objetos- inició el camino hacia esta nueva obra. Esa misma tarde me reencontré con Miriam Garlo, una antigua amiga de la facultad de Bellas Artes, que inmediatamente pasó a ser la otra mitad fundamental de Silencio. Por último, aconteció la pandemia; el encierro en casa y la relación con la ventana como punto de fuga desde el cual observar el mundo, más allá de nosotras, tan lleno de vida, acabó por nombrar a este nuevo viaje: Silencio

En los textos que ofrecéis sobre la obra, hablas de “aprender a parar”, de “descubrir la lengua de aquello que habla sin palabras”. En medio de la vorágine en la que a veces nos vemos inmersos, ¿cómo podemos parar para reparar?

Parar es un acto muy sencillo para cualquier ser vivo, menos para el ser humano. Para nosotros que nos hemos educado en un sistema basado en la competitividad y el progreso, supone una decepción social y un fracaso personal. Como si no pudiéramos parar hasta “ser alguien”, “llegar a algo” o “cumplir metas”. Sin embargo, la verdadera felicidad está en las cosas pequeñas. En aquellos momentos cercanos a la gente y a las cosas, en las pausas, los descansos... Incluso en la tierra, porque somos también animales y no es casual que en nuestras vacaciones busquemos el paisaje y acudamos al mar, a la montaña o a los ríos. Y parar, tiene mucho que ver con dejar de escucharnos, y escuchar. Para mí, la pandemia supuso una oportunidad para ello. Puede resultar paradógico que un suceso tan sobrecogedor y cruel, pueda tener una consecuencia tan luminosa. En mi opinión, la pandemia llamó a nuestras puertas con esa tarea; detenernos y preguntarnos “cómo seguir” y “qué cambiar” para colaborar con un futuro tan incierto. Y la respuesta estaba al otro lado de la ventana. Mientras esperábamos dentro de nuestros hogares, fuera, la primavera despuntaba llena de vitalidad. Y la vida seguía, con o sin nosotras. El consuelo, en mi caso, fue comprender que somos también parte de ese paisaje. Y que necesitamos poco para ser felices. “Avanzar al ritmo de los jardines”, sin prisa, preservando el entorno, cuidando a nuestros vecinos, generando redes de colaboración, siendo conscientes de los ciclos para preservar nuestro medio y no seguir destruyéndolo. Parar, para que la aceleración tome otro rumbo. Y dar lugar a conceptos como la sostenibilidad, la colaboración, la escucha, los cuidados, la paz…

En este momento social en que hay tanto ruido, tantas distracciones…, ¿cómo se investiga el silencio para convertirlo en materia escénica?

Efectivamente estamos trabajando con conceptos muy frágiles. El silencio, la espera, la escucha…, requieren de otro tiempo. Tanto para Silencio como con M.A.R, el proceso de creación aconteció fuera de la ciudad, en espacios de creación ubicados en lo rural, donde podíamos trabajar desde una escucha más profunda. Pero el silencio es más que la oposición al ruido. Son términos intangibles que pueden ser positivos o negativos al mismo tiempo. En nuestro caso, es más una necesidad que una idea. Hace poco me pregunté: “¿por qué el silencio?” y escribí “por regresar a algún lugar, a algún refugio.

Me gustaría que compartieras cómo descubriste la teatralidad de los objetos, ¿cómo surge en ti la necesidad de contar historias mediante este lenguaje?

Mi relación con los objetos y los materiales viene desde pequeña, como nos ocurre a todas las personas: jugando. Tuve la suerte de tener una infancia muy volcada en el juego. Seguramente esa relación con los mundos que surgían de mis manos me llevó a estudiar Bellas Artes. Inicié mi carrera como fotógrafa y dibujante. Luego llegué a la escultura y fue allí donde los objetos reaparecieron en mi vida. Empecé a construir con ellos, a manipularlos. No fui capaz de presentar nunca una obra plástica independiente a mí. Mis instalaciones pedían de cuerpo, de luz, de música y de palabra. Ya había llegado al universo escénico sin ser consciente. Y también por intuición busqué becas en México y Colombia donde las Bellas Artes involucran otras disciplinas más allá de la plástica. Así pude estudiar Historia del Teatro, dirección, interpretación… etc. Al regresar a España, ocurrió algo importante y mágico: se cruzó en mi camino Xavier Bobés. Al ver su trabajo, reconocí cosas que me interpelaban. Xavier significó una puerta a lo que llaman “teatro de objetos”, un maestro y un gran amigo. Gracias a su apoyo y acompañamiento, M.A.R fue mí primera obra con el sello de “objetual”. Desde entonces, el teatro de objetos ha significado un ancla al que agarrarme y desde el cual pensar con claridad mis creaciones.

¿Qué crees que aporta este nuevo montaje en relación al anterior, M.A.R?: ¿supone una evolución, sigue la misma línea de trabajo centrada en lo objetual, o abordas caminos distintos?

Silencio significa dar continuidad a una investigación que parte del objeto y la manipulación, como en M.A.R, pero que involucra otras cosas que quería explorar, como el cuerpo (que tuviera presencia más allá de las manos que manipulan), la distancia (un formato no íntimo sino lejano, que nos forzara a llevar el objeto al cuerpo para ser visto) y la lengua de signos. Yo pensaba que iba a ser una obra muy objetual pero, curiosamente, al explorar el mundo del silencio, la propia obra nos empezó a pedir prescindir de ellos y acercarse más al vacío. Incluso a lo inmaterial. También fue una sorpresa que hubiera palabra. Yo buscaba alejarme de ella, pero no era consciente de que, al introducir la lengua de signos, el lenguaje cobraba un papel fundamental para guiar el discurso. Ahora, nos encontramos en un momento donde el vínculo entre cuerpo, palabra y signo ya están asentándose y los objetos pueden empezar a emerger, casi como pequeñas ensoñaciones o apariciones, sobre lo escrito, para acabar de resignificar todo. Es un trabajo de paciencia, confianza y largo recorrido. Pero que nos dará frutos para complejizar este lenguaje mío que va más allá del objeto. Pero que nace y vuelve siempre a él.


¿Qué posibilidades artísticas contiene la lengua de signos?

La lengua de signos tiene infinidad de posibilidades artísticas y humanas. Por ser visual, porque implica mirarse a la cara, por ser sincera en cuanto a que no tiene tantos dobleces y segundos significados como la lengua oral, por ser una danza de las manos en el aire…, porque agudiza la mirada e invita a comprender, más allá de los signos, cómo se expresan los cuerpos. Y porque podría ser una lengua universal, más allá de las palabras. 

Al ver M.A.R era inevitable la sensación de estar asistiendo a una ceremonia, de recuperar la ritualidad del teatro… Tú que le das tanta importancia al valor simbólico de los gestos, ¿tienes alguno especial antes de salir a escena, algún ejercicio de calentamiento de manos, alguna encomienda…?

Para mí es muy importante empezar la obra pensando desde el cuerpo. Por eso necesito un calentamiento físico previo donde puedo sentir mi respiración, mis articulaciones, y conectar con mi movimiento. Ponerme en un estado físico de alerta y percepción. Estar preparada y saber que mi cuerpo estará allí acompañándome para reaccionar desde su conocimiento cuando ocurra lo imprevisible. 

Tus propuestas requieren cercanía, intimidad…, ¿ha influido el confinamiento, la obligada distancia social, en el rumbo que ha ido tomando el espectáculo?

Por supuesto. Hemos tenido que alejar al público de la mesa de manipulación de M.A.R, y adaptar algunos momentos de la obra a la situación. Perdemos cercanía entre los cuerpos y echamos de menos no ver con tanta claridad los rostros de quienes nos acompañan. Aun así, M.A.R ofrece una interpelación directa con el público, y eso, no lo hemos perdido. Por lo que sigue existiendo la sensación de estar en casa.

Silencio es diferente. Esa distancia es buscada. Quizás la pandemia haya influido en esta decisión, pero también es posible que después de una propuesta tan íntima como M.A.R, me interesara explorar un formato diverso. Es un riesgo por supuesto, y aún estamos observando cual es la distancia real de esta obra. Pero para mí era importante la idea del paisaje, y por eso Silencio es una gran mesa de seis metros de manipulación que el público puede observar como la línea de un horizonte. Todavía estamos lidiando con las incógnitas y desafíos que nos ofrece este formato. Pero con M.A.R ocurrió lo mismo, tuvimos que ir ajustándonos a la presencia tan cercana del público hasta que ello comenzó a significar. Tan sólo el tiempo y el rodar de la obra junto al público acabará de dar a Silencio su forma final.


Dices que juegas a crear micromundos, como en la infancia… ¿Se trata de una forma de integrar la mirada de los niños?

Sí, como comentaba antes, lo objetual nos remite siempre a esa relación con el juego de nuestra infancia. Cuando estoy sola en mi taller con los materiales, sigo jugando. Cuando vemos propuestas de teatro objetual regresamos, en cierto modo, a nuestra infancia. Pero “lo micro” está también en aquellos momentos donde surge un significado poético inesperado. Es como una chispa de ilusión volátil, ya sea con un objeto pequeño o grande. Y “los mundos”, en la poesía que rodea el trabajo objetual y la capacidad de transportarnos a esa ilusión. En Silencio estamos creando un macromundo, un paisaje, formado por pequeños instantes. Y no descarto en el futuro explorar las posibilidades de un espectáculo más específico para público infantil. 

Creo que hay un gran equipo de profesionales detrás de este proyecto, ¿qué facetas destacarías de ellos?

Sí, efectivamente somos un equipo grande. En primer lugar, la incorporación de Miriam Garlo [intérprete de LSE] en escena ha provocado que la historia que yo quería contar se viera afectada, positivamente, por la suya propia. Esto ha hecho que sea un proceso más complejo y de más incertidumbres. Además, por las dimensiones de la obra y, sobre todo, por los  tiempos de producción (dado que teníamos una fecha de estreno y muy pocas posibilidades de confrontación con el público debido al COVID), he necesitado apoyo de otras personas para abarcar todas las áreas. Esto hace que la producción pueda ser menos artesanal, pero por otro lado, es una oportunidad maravillosa de contar con la mirada de personas con mucho talento, aprender del trabajo de un equipo y descubrir y explorar cosas nuevas. Contamos con Miguel Ruz que es un mago de la luz, con Alba González como asistente de movimiento, que es algo que tenía muchas ganas de mimar, con Anna Domingo y CajaNegra para vestuario y asistencia de producción. Además del equipo de M.A.R que somos Xavier Bobés, Pablo Reboredo, Dani León y yo misma. 


Por último: Al leer sobre el espectáculo para preparar la entrevista, me venía a la cabeza este poema de José Hierro que habla de entenderse sin palabras: 

 Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
[...]
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.

¿Hay alguna conexión entre Silencio y estos versos?

Por supuesto que tiene que ver. Y te agradezco mucho el regalo porque no lo conocía y es precioso. El poema contiene imágenes que pertenecen al universo de Silencio. Momentos que he imaginado durante el proceso. Creo que en los momentos de mayor oscuridad es de donde pueden -y deben- surgir las ilusiones más fuertes. Aquellas ligadas a los cuerpos que se escuchan y se entienden solamente, al sol, al agua y al verde.

BIO

Andrea Díaz Reboredo es directora escénica, escenógrafa y artista plástica licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, la Academia de Bellas Artes de Florencia (Italia) y la Universidad UDLAP de Puebla (México). Es miembro de la junta directiva del Nuevo Teatro Fronterizo, presidenta de la Asociación Lavapiés Barrio de Teatros, directora del grupo de investigación plástica y escénica INVESTRO, y forma parte del colectivo escenográfico Espacio Telpa (España-Letonia). En 2017 creó la compañía M.A.R. a partir de su pieza homónima.

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