Comenzaremos por el final: en una mesa negra acaban desparramados un revoltijo de retales de tela y lana, diversas piezas de atrezzo, instrumentos musicales de pega..., la trampa y el cartón. Y es que no hay más. Y no hay menos: realidad tan evidente como la magia. Vida es una producción de modestos mimbres, pero riquísima en originalidad, imaginación y franqueza. Cabe apenas en un canasto de costura (ése con el que el creador jugaba de niño, según nos desvela), en una maleta, y logra que el corazón se ensanche. Una vez más, lo artesanal -y casi lo rústico- supera rotundamente cualquier alarde de medios. Con el recurso esencial de sus manos, el titiritero zaragozano Javier Aranda desnuda en Vida la hondura existencial de toda la humanidad.
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Un momento del espectáculo Vida, de Javier Aranda. Foto de Hugo Falcón |
Llevábamos años persiguiendo esta obra que fue Premio FETEN al mejor espectáculo de pequeño formato en 2018, y por fin la pescamos, cuando se ha acercado un poquito al centro de Madrid: en la vallecana sala del Centro Cultural Pilar Miró, como una de las golosinas del festival Teatralia. Asistimos con fruición al devenir de una pareja de títeres de mano desde su nacimiento hasta la muerte, pasando por las distintas etapas de la vida: infancia, adolescencia, enamoramiento, paternidad, madurez. En los resquicios de estos lugares comunes es donde funciona la historia, porque lo que se cuenta es de verdad, y nos toca a todos por algún lado: pequeños, medianos, mayores. Increíbles requiebros de muñeca abundan con humor en el implacable paso del tiempo. Desternillante provocación ante la que no cabe la impasibilidad.
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Un momento del espectáculo Vida, de Javier Aranda. Foto de Hugo Falcón |
El hallazgo del globo para insuflar vida y altura no puede ser ni más tierno, ni más brillante. Con unas prótesis anulares Javier Aranda bosqueja narices, hendiduras de ojos y pezuñas para concebir unos personajes grotescos, singularísimos, de trazo expresionista, que se comunican con sonidos guturales y onomatopeyas, primero, en el descubrimiento de su propia identidad; después, en la relación con su semejante, con su creador, con nosotros, voyeurs perplejos. Aunque poco a poco irán emitiendo algunas palabras o frases hechas, de las de no dar puntada sin hilo, provocando la algarabía del auditorio. La partitura de voces y movimientos alcanza su cénit cuando coinciden tres personajes en escena y no hay manos auxiliares para manejarlos. Imaginamos al actor horas y horas frente al espejo ensayando cada mueca, giro, salto de sus monigotes para perfilar un trabajo de creación de personajes apabullante, partiendo de la absoluta nada.
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Un momento del espectáculo Vida, de Javier Aranda. Foto de Hugo Falcón |
Demiurgo cómplice de sus criaturas, aquí el titiritero no trata de esconderse, sino que participa de sus cuitas, inquietudes y frustraciones. La dulce condescendencia con que les mira, les susurra, les anima... es la de un padre con sus hijos en sus primeros tropiezos vitales. Asombra que utilice sus propias limitaciones a su favor, introduciéndolas en la trama. No importa si en algún momento se advierte el artificio o se rompe alguna convención; la dificultad de lo que se trae entre manos es obvia y forma parte del juego en el que ya hemos entrado de cabeza.
Vívida y fresca, da la sensación de que la propia función ha ido creciendo y se ha hecho a sí misma; quizá empezara de una forma y haya ido evolucionando con los años al contacto con el público... Y así, los títeres abren paso a las sombras, el ilusionismo, a los juegos de luz. Surge el deseo de asomarnos a la dramaturgia para diseccionar cada detalle de la trama, de que haya un bis o un segundo visionado, porque el prodigio sabe a poco.
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Un momento del espectáculo Vida, de Javier Aranda. Foto de Hugo Falcón |
Vida entreteje además un homenaje al oficio teatral, tanto por la vocación interpretativa de la protagonista femenina, como por los guiños al clown y a la tradición italiana de títeres de cachiporra, con un descalabrado ukelele como arma. En este momento de sobreestimulación de imágenes y palabrería vana, parece difícil que una propuesta gestual tan sencilla pueda sorprendernos de verdad. Vida no sólo lo consigue, sino que es una de esas experiencias teatrales que no se olvidan. La exhibición de talento es brutal; la sucesión de genialidades de principio a fin es tal, que sólo cabe avisar: si descubren esta obra en cartel, vayan a verla, no duden. Henchida ovación final con público en pie, entusiasmado ante una función redonda, incontestable, que dará lustre a cualquier programación por méritos propios.
VIDA |
Producción: Compañía Javier Aranda |
Dirección: Javier Aranda con asesoría de Alfonso Pablo y Pedro Rebollo |
Interpretación, diseño de escenografía, iluminación y sonido: Javier Aranda |
Género: Teatro de títeres y objetos |
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Lugar: Escuela Navarra de Teatro (Pamplona) |
Funciones: 17 y 18 abril a las 19 h. |
Duración: 55 minutos |
Edad recomendada: A partir de 9 años |
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