No podía faltar un espectáculo de La Rous en la programación del que se se ha convertido en el templo de las artes escénicas de calidad para toda la familia en Madrid, Espacio Abierto Quinta de los Molinos. El centro comandado por Beatriz de Torres parece haber recobrado fuerzas tras el ineludible parón pandémico, y no deja de acoger compañías excelentes en su coqueto auditorio. Este fin de semana cuenta con una invitada de honor, Rosa Díaz, alma mater de La Rous (Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud 2011), polifacética renovadora del teatro para todos los públicos en nuestro país. La función que nos trae, La casa del abuelo, es una maravilla del teatro de objetos en pequeño formato que pone en valor el legado de nuestros mayores, tan necesitados de odas cotidianas, afectos y calor en estos tiempos.
Imagen de La casa del abuelo, de La Rous |
La casa del abuelo trata sobre la huella indeleble que deja en nosotros la familia. Este delicioso retablo intimista cuenta la especial relación de una niña con su abuelo (personaje inspirado en el padre de la autora), y cómo, cuando un día éste se apaga y se marcha para siempre, nieta y abuela le mantienen presente y vivo a través de los objetos que le pertenecieron.
La Rous se atreve a contar a los niños la muerte con naturalidad: el abuelo no está (no se ha ido al cielo, ni se ha convertido en ángel de la guarda...), y la vida sigue. Nosotros hacemos presentes a los que se van a través de su recuerdo. Este mensaje cobra especial sentido este año en el que tantas familias -y tantos niños- están perdiendo a sus mayores.Llena la escena teñida de rojo un sorprendente trasto: un escritorio de madera, practicable, infundido de magia, que, abriendo y cerrando cajones se va transformando en las distintas estancias de la casa de los abuelos en un recital de detalles.
Imagen de La casa del abuelo, de La Rous |
Es una función para verla muy cerquita, que se afana en mostrar la teatralidad de las pequeñas cosas. Los protagonistas son muñecos rudimentarios confeccionados con materiales y objetos cotidianos (palos de helado, cartón, trapos, sellos, gomas de borrar...). Por ejemplo, la abuela tiene cuerpo de bastidor y cabeza de cesta de mimbre; sus particulares andares hacen que las carcajadas salten.
Los dedos de la titiritera son las inquietas piernas de la niña, y a la vez asisten en sus manías a ese abuelo que a todos nos recuerda al nuestro, realizando diariamente sus rituales (afeitarse, recolocarse la boina, abrir el periódico...), musitando sus cancioncillas: "al paso, al paso, al trote, al trote, al galope, galope, galope...". La acción está arropada por el sonido dulce de una caja de música, y cada personaje tiene además su propio leit motiv.
Imagen de La casa del abuelo, de La Rous |
Preciosa aparece la escena de la verbena, delicadamente diseñada con luz intraescénica, que nos descubre cómo se conocieron los abuelos, bailando a la luz de la luna.
El público menudo ríe jovial al reconocerse en la curiosidad juguetona de la niña, mientras el adulto se conmueve recuperando las memorias perdidas de su infancia. Rosa Díaz tiene el don de lograr que cada espectador conecte con algo, con un instante...: el don de emocionar.
Escritorio abierto de La casa del abuelo, de La Rous |
La casa del abuelo |
Compañía: La Rous |
Actriz y titiritera: Rosa Díaz |
Dirección: Rosa Díaz y Mauricio Zabaleta |
Lugar: Auditorio del Espacio Abierto Quinta de los Molinos |
Funciones: Sábado 28 de noviembre a las 18:00 h. Domingo 29 de noviembre a las 12:00 h. |
Duración: 50 minutos |
Edad recomendada: A partir de 5 años |
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