Mostrando entradas con la etiqueta adolescentes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta adolescentes. Mostrar todas las entradas

martes, 11 de mayo de 2021

OVIDIA, de La Société de la Mouffete: títeres de mayores para tratar la asepsia emocional de la sociedad

De cuando en cuando algún festival o centro cultural con ojo y fortuna rescata de su letargo a Ovidia, una insólita apuesta de teatro de títeres, plato de repertorio de la compañía La Société de la Mouffete, afincada actualmente en Madrid, aunque se gestó en Bruselas. En esta ocasión la hemos cazado en el auditorio de Espacio Abierto Quinta de los Molinos, tan propio para formatos de tamaño medio, como es el caso. Hace ya siete años de su estreno en la desaparecida sala Kubik Fabrik, y los corazones en tránsito de sus personajes marginales siguen resurgiendo y provocando asombros. Se trata de un cuento para mayores (a partir de 13 años) de ambientación sórdida y poética expresionista, que indaga en la inadaptación social con tintes de humor negro.

Un momento del espectáculo Ovidia

Cuando asistimos al teatro, solemos acudir con cierta expectativa. En esta función da igual haber leído previamente la sinopsis: lo que va sucediendo no se ve venir; todo resulta turbador, excitante, soberbio. Ya venimos advertidos de que Ovidia y Sr. Topo son gemelos anómalos, habiendo nacido ella con dos corazones y quedando él en la más pura apatía emocional. Ovidia sería una PAS (persona altamente sensible) aquejada de una vulnerabilidad extrema, por lo que vive apartada de la sociedad, huésped de un decadente motel de carretera, un lugar perdido en medio de la nada. Su hermano sin corazón arrastrará una inevitable falta de empatía que le incapacita para relacionarse con el medio y sus semejantes por los motivos opuestos. Cada noche a ella le asalta un delirio recurrente en el que ambos retornan al estado fetal en que se encontraban en el útero materno, donde sí eran felices, momentos que alcanzan una extraña fascinación poética en escena. El tercero en discordia es Sr. Sapo, el trastornado dueño de la inhóspita pensión, que mantiene con Ovidia una enfermiza relación de dependencia. Su inclinación obsesiva por atrapar a un intruso confiere ritmo y precipita la acción.

Un momento del espectáculo Ovidia

La trama evoluciona hacia el thriller tanto en lo temático (hay suspense, crímenes por resolver, persecuciones...), como en lo formal, en una sutil traslación del lenguaje del cine a la escena. Por un lado vemos el plano general del motel donde transcurre la acción exterior, ingenio escenográfico móvil -inspirado en las maquetas de la artista americana Tracey Snelling-, que apunta escorzos, sombras y contrapicados bajo luces de neón. Los personajes a esta escala son muñecos de trapo neutros, inquietantes alusiones al vudú. 

Por otro lado, nos colamos en la intimidad de las habitaciones, planos medios montados sobre el tejado del edificio: la anticuada recepción con radio setentera, timbre de mano y tapicería de skay por donde deambula el Sr. Sapo, y el dormitorio, que es a la vez refugio y cárcel de Ovidia. Aquí se recrean las rutinas de los personajes, grotescos títeres de madera tocados por tres manipuladores que intervienen en la historia en segura sincronía. Más volcados en el decir gestual que en el verbal, Esther d’Andrea, Lucas Escobedo y Vera González convierten ese feísmo sucio que habita detrás de los umbrales, que de corriente no se muestra, en sustancia extraordinaria.

Un momento del espectáculo Ovidia

En lo estilístico, la propuesta tiene vetas de algunas pelis de Tim Burton o Jean-Pierre Jeunet; el acento internacional de fondo en los noticiarios y la selección musical traen ecos de Les triplettes de BellevilleMención de honor merece el diseño de espacio sonoro, un magma riquísimo en matices que va tiñendo la atmósfera sin que apenas lo advirtamos.

Desde lo sórdido y lo macabro, coqueteando con el terror psicológico, se plantea una reflexión sobre la crudeza de la soledad, sobre las dificultades de integración social de quienes viven en los márgenes, y también sobre la toxicidad de las relaciones, las dependencias emocionales y la liberación que supone derribarlas. Quién diría que se pueda plantar cara a temas tan peliagudos a través de la narrativa objetual.

Un momento del espectáculo Ovidia

En España no hay tradición titiritera para público juvenil y adulto como sí ocurre en otros países europeos; el género sigue muy asociado a la niñez y rodeado de prejuicios de infantilismo y simpleza a ojos ajenos al sector, por lo que se hace necesario apoyar la producción y exhibición de propuestas potentes, con altura de miras, orientadas a esa franja de edad que a priori no se sentiría atraída por un espectáculo de títeres. En este sentido, Ovidia es un ejemplo que asume riesgos sin indulgencia y los vence de manera sobresaliente.

Un momento del espectáculo Ovidia

Provocadora y audaz, cuidada al detalle y casi insolente en su pericia técnica, Ovidia se degusta con una mezcla de fruición y desasosiego. Tras el impactante giro final, deja abiertas algunas incógnitas que se prestan a la suposición y al debate, cuando ya lo de menos es encajar las piezas, y lo de más, lo que queda, es una privilegiada sensación de regocijo y maravilla.

OVIDIA

Producción: La Société de la Mouffete (laboratorio teatral)
Dirección artística: Vera González
Dirección manipulación: Javier Jiménez
Actores marionetistas: Esther d’Andrea, Lucas Escobedo y Vera González
Creación de marionetas: Gavin Glover y La Société de la Mouffete
Escenografía: Molina FX y La Société de la Mouffette
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Diseño sonoro: Iñaki Rubio
Vestuario: Ana López
Género: Teatro de títeres y objetos
Próxima Función: 4 de julio en el Auditorio Carmelo Gómez de Sahagún (León)
Duración: 1 hora
Edad recomendada: A partir de 13 años

miércoles, 3 de febrero de 2021

'A.K.A.': el nuevo Caperucito al que la loba embaucó

Causó sensación la pasada temporada en La Abadía y ha cosechado importantes reconocimientos, entre ellos el Premio Max a autoría revelación para Daniel J. Meyer, dramaturgo argentino afincado en Barcelona que, sorprendentemente, escribió el texto en una noche, del tirón. A.K.A. (Also Known As) vuelve a batallar hasta el 7 de febrero en el Teatro del Barrio, y esta vez, no se nos escapa. Monólogo hiperactivo orientado a público joven y familiar, reflexiona sobre la distinción entre la esencia y la apariencia, y aborda cuestiones como la propia identidad, la xenofobia y la conciencia de clase a ritmo de break, hip hop, techno y reguetón. ​¿Somos lo que sentimos que somos?, ¿o lo que la gente cree que somos?

Momento break-dance de A.K.A.

Un único actor (Lluís Febrer) se echa al lomo el conflicto: nos sumerge en el bucle de la adolescencia actual en la gran ciudad (cole, parque, viejos, la soledad del cuarto) a través de la mirilla confidente de una sesión de terapia. Armado apenas con un monopatín, una sudadera con capucha y un teléfono móvil, se asoma a las redes sociales y las apps de ligoteo envuelto en temazos de música urbana cuyas letras parecen formar parte del guión. Sutilmente nos va calando esa rutina machacona en presente continuo que conduce al relato del primer amor virtual/real. Podría ser el de cualquier quinceañero posmillenial, pero la singularidad de Carlos es que es un chico adoptado, con pinta de moro. Rap para un verso suelto. Vértigo.

Montaje dirigido con temple y garra por Montse Rodríguez Clusella, que crece a medida que avanza, ganando en intensidad hasta la brutal sacudida en que nos enfrenta a la perversión de la posverdad: de cómo una cosa es lo que sucede, y otra, lo que se cuenta después, lo que se interpreta que sucedió. De cómo una ingenua mentira piadosa sobre la edad o el aspecto puede desembocar en graves consecuencias legales, familiares, emocionales. 

Lluís Febrer, actor protagonista de A.K.A.

Certera la huida firme del victimismo, en la línea de algunas tramas que se están viendo actualmente en series de televisión protagonizadas por chavales, que exploran el tema del consentimiento sexual. El chico no trata de explicarse, ni siquiera en la escena del juicio. Nosotros ya hemos contemplado su verdad, que no es otra que la ingenua ilusión del enamoramiento. Para qué más argumentos. Contrasta la belleza escénica con que se cuentan los dos momentos de intimidad erótica (¡magia!), con el infausto desenlace que traerán.

Admirables la precisión del lenguaje coloquial que da en la diana del colectivo al que mira, la esforzada labor física-coreográfica, el inteligente uso del espacio y la luz. Y se agradece la ausencia de proyecciones audiovisuales, en especial en los chateos con el móvil; la sobreutilización de este recurso en escena cansa y no siempre aporta, y aquí se resuelve  estupendamente con la propia narración del personaje.

Equipo artístico de A.K.A.

Quizá por momentos resulta estridente la música, y algo dudoso el encaje de las rupturas-interacciones con el público, pero difícil no sumarse a la agradecida ovación final, legítimo reconocimiento al gran trabajo de todo el equipo.

La función se está representando estos días también en la Sala Villarroel de Barcelona, de la mano de Albert Salazar, actor que obtuvo el Max a mejor protagonista en 2019. El boca a boca y los múltiples premios que ha recibido la obra han impulsado un recorrido de tres años, incluyendo gira por España y Sudamérica. Más de 20.000 espectadores han sido ya testigos de las cuitas de este nuevo Caperucito embaucado por la loba, todo un logro en estos momentos para una modesta producción unipersonal de pequeño formato. 

A.K.A. (Also Known As)

Dramaturgia: Daniel J. Meyer
Dirección: Montse Rodríguez Clusella
Intérprete: Lluís Febrer
Lugar: Teatro del Barrio
Funciones:
4, 5, 6 de febrero a las 19 h.
7 de febrero a las 17 h.
Duración: 75 minutos
Edad recomendada: A partir de 13 años