No a todos los niños les cuentan cuentos de hadas. Depende de en qué país, ciudad, o realidad vivan, el cuento cotidiano transcurre menos feliz. Había una vez una niña, conocida como Taslima, Caperucita roja de Bangladesh, alumbrada por Colectivo Ópalo, que por discreta, humilde y pequeñita podía pasar desapercibida en la cartelera... Después de hacer temporada en el Teatro Lagrada, el verano pasado fue finalista del Certamen Barroco Infantil del Festival de Almagro, ganó del II Certamen Nacional de Artes Escénicas de los Teatros Luchana, y este enero ha recalado en el renovado Galileo. Se trata de una obra formalmente muy sencilla, pero fuera de lo común, que invita a un viaje iniciático con Caperucita como pretexto para contar una historia mucho más original, con un trasfondo de denuncia social y desde un universo poético personalísimo.
Un momento de Taslima, Caperucita roja de Bangladesh |
Taslima es una niña costurera, cose día y noche, noche y día, hasta que un día se queda enredada en el hilo rojo del forro polar que tejen sus manos. Y enredada y más enredada..., se golpea contra la puerta de la fábrica, ¡y la puerta se abre! Taslima respira y ve el bosque ante sus pies. ¿A dónde ir? Entre tanto trabajo, Taslima ha olvidado todos los caminos, pero lo que sí recuerda es que nunca ha visto el mar... ¡y su abuelita vive al lado del mar! Una respiración muy honda, dos, tres..., ¡ahora sus pies vuelan! Taslima deja atrás la fábrica -donde el lobo feroz es el jefe explotador- y se sumerge en el bosque para llegar hasta la casa de su abuelita, caminando hacia el mar, bosque a través...
Este curioso argumento augura una ceremonia plagada de sugerencias en la que nos guían con delicada entrega Flavia Turci y María Cantero, formadas en teatro físico y danza contemporánea, miembros del Colectivo Ópalo. La agrupación nació en 2015 como iniciativa profesional para reunir a distintos artistas provenientes del teatro, las artes plásticas, la danza o el circo, con la técnica de crear de manera colectiva y artesanal tanto el texto, como la escenografía o los títeres. Nos cuentan las actrices que a través de la investigación fueron enrolándose en el trabajo objetual y la animación de la materia hasta concebir esta revisión de Caperucita, tejida con mimbres rudimentarios en un intento por dejar traslucir la belleza que reside en materiales pobres y esenciales.
Y efectivamente, lo primero que llama la atención es el esquematismo de la pieza, con decorados de cartón y tela, y un personaje central apenas figurado en tres trazos de alambre y papel, portado con gracilidad de movimientos, dulce voz y tierna afección por María Cantero, cuya mímesis con la muñeca no deja de asombrarnos, ¡cómo logra que la veamos tan linda...!
El texto, plagado de imágenes poéticas, interpela constantemente al público, llevándole a evocar y componer mentalmente los matices de una historia en la que los pequeños espectadores participan con frescura, obligando a las actrices a una escucha activa y al reto de la improvisación, como en el sendero de recuerdos que los niños van construyendo al compartirlos de viva voz, y que ilumina la andadura de Caperucita... En su huida de la fábrica de trabajos forzosos, la protagonista debe atravesar un bosque lleno de incertidumbres para vencer sus miedos, y se va encontrando con compañeros de viaje de lo más variopinto, como la abuelita Garbanza (hallazgo genial), luciérnagas mensajeras, una flor que se deshoja, o los habitantes del Pueblo de Nadas, donde cada cual sólo hace lo que le corresponde hacer, sin salirse de lo previsto. Pero Caperucita conseguirá que un boxeador con guantes de plastilina, convencido de que sólo sabe luchar y golpear, acabe aprendiendo a bailar.
Un momento de Taslima, Caperucita roja de Bangladesh |
El texto, plagado de imágenes poéticas, interpela constantemente al público, llevándole a evocar y componer mentalmente los matices de una historia en la que los pequeños espectadores participan con frescura, obligando a las actrices a una escucha activa y al reto de la improvisación, como en el sendero de recuerdos que los niños van construyendo al compartirlos de viva voz, y que ilumina la andadura de Caperucita... En su huida de la fábrica de trabajos forzosos, la protagonista debe atravesar un bosque lleno de incertidumbres para vencer sus miedos, y se va encontrando con compañeros de viaje de lo más variopinto, como la abuelita Garbanza (hallazgo genial), luciérnagas mensajeras, una flor que se deshoja, o los habitantes del Pueblo de Nadas, donde cada cual sólo hace lo que le corresponde hacer, sin salirse de lo previsto. Pero Caperucita conseguirá que un boxeador con guantes de plastilina, convencido de que sólo sabe luchar y golpear, acabe aprendiendo a bailar.
Un momento de Taslima, Caperucita roja de Bangladesh |
En el bosque el río baila coloreado con los tintes de la fábrica,
se oye el ruido de los tigres de Bengala,
hay caminos sembrados de luciérnagas,
sombras que hablan,
campos abiertos donde las nubes cobran formas extraordinarias
Hay mucho sentido artístico, un gran empeño en el trabajo con sombras, y un concepto de esencialidad en la narración oral y en la puesta en escena que supera la rusticidad de los elementos que se utilizan. Sin duda una Caperucita excepcional que merece continuar su viaje en otras salas, de la mano de muchos niños.
Taslima, Caperucita roja de Bangladesh |
Producción: Colectivo Ópalo |
Creación: María Cantero y Flavia Turci |
Reparto: María Cantero y Flavia Turci |
Lugar: Teatro Galileo c/ Galileo, 39, Madrid |
Funciones: 25 y 26 de enero a las 16:30 h. |
Duración: 65 minutos |
Edad recomendada: De 3 a 12 años |
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